Después de cada
guerra…
Después de cada guerra alguien tiene que limpiar. No se van a ordenar solas las cosas, digo yo.
Alguien debe echar los escombros a la cuneta para que puedan pasar los carros llenos de cadáveres. Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas, los muelles de los sofás, las astillas de cristal
y los trapos
sangrientos.
Alguien tiene
que arrastrar una viga
para apuntalar
un muro,
alguien poner
un vidrio en la ventana
y la puerta en
sus goznes.
Eso de
fotogénico tiene poco
y requiere
años.
Todas las
cámaras se han ido ya
a otra guerra.
A reconstruir
puentes
y estaciones de
nuevo.
Las mangas
quedarán hechas jirones
de tanto
arremangarse.
Alguien con la
escoba en las manos
recordará
todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con
la cabeza en su sitio.
Pero a su
alrededor
empezará a
haber algunos
a quienes les
aburra.
Todavía habrá
quien a veces
encuentre entre
hierbajos
argumentos
mordidos por la herrumbre,
y los lleve al
montón de la basura.
Aquellos que sabían
de qué iba aquí
la cosa
tendrán que
dejar su lugar
a los que saben
poco.
Y menos que
poco.
E incluso
prácticamente nada.
En la hierba
que cubra
causas y
consecuencias
seguro que
habrá alguien tumbado,
con una espiga
entre los dientes,
mirando las nubes.